El Soldado de Invierno: la caída de Hydra

Sin título-14.

“Es increíble”

“¿El qué es increíble, Wanda?”

La voz de Natasha así como su perfume llegaron hasta ella consiguiendo traerla de vuelta a aquella sala de la Torre Stark. No sabía el tiempo que llevaba tratando de encontrar una explicación razonable al hecho de que no fuese capaz de adentrarse en la mente de la mujer que el sargento Barnes había llevado hasta allí, sedada por un potente calmante y con una pijama de raso como única prenda que cubriese su cuerpo pequeño y de aspecto frágil.

“Su cerebro” respondió sin apartar los ojos de la joven de rasgos asiáticos que no parecía tener más de dieciocho años “No puedo meterme en él. Es como si estuviese protegido por un escudo que repeliese mi poder” “¿No será un robot?” escuchó preguntar a Natasha mientras esta se colocaba al otro lado de la camilla en la que habían tumbado a aquella mujer que ahora estaba atada a las manos y a los tobillos por si al despertar lo primero que intentaba era escapar “No, es humana. Escucho cómo late su corazón. Es fuerte y joven, pero su cerebro es diferente” “¿Crees que Hydra tiene la tecnología suficiente como para crear una inteligencia artificial similar a la Ultrón e implantarla dentro de un cuerpo humano? Si fueron capaces de meter la mente de Zola en un ordenador, también les veo muy capaces de hacer lo contrario” “No…Es humana” insistió alzando esa vez la vista hacia Natasha, quien le sonrió con suavidad “Está bien, Wanda, tu ganas. Es humana” contestó al tiempo que se incorporaba y se alejaba de la camilla “Si se despierta, avísanos, voy afuera no sea que Steve y Yasha decidan comenzar una pelea y acaben por destrozarlo todo ahora que hemos conseguido tenerlo en orden”

Sin mirarla esa vez, apartó la vista de Natasha y la llevó nuevamente hacia el rostro relajado de la joven, quien hizo una leve mueca de dolor al tiempo que emitía un leve quejido. Seguramente, estaría desorientada cuando se le pasase el efecto del sedante, pero al no ser capaz de acceder a su cerebro, no podría inducirle una visión para que se tranquilizase. Al no saber que hacer ante lo que parecía su inminente despertar, llamó a Natasha con un leve grito de desesperación. No tenía muy claro qué le daba más miedo en aquel momento. Si descubrir que realmente era una inteligencia artificial dentro del cuerpo de alguien vivo o por qué no era capaz de adentrarse dentro de su mente.
El tenue sonido de voces se fue colando lentamente a lo largo de su sistema auditivo y, este, en un acto reflejo, envió las señales nerviosas a su cerebro quien poco a poco fue despertando. Pero, pese a que este estuviese enviando señales a su cuerpo para que se moviese, no conseguía que reaccionase. Ante aquella sensación, todo su ser se llenó de una angustia similar al pánico y, tras un par de segundos, su mente fue plenamente consciente de que estaba despierta. Sin embargo, aun no podía ver. Todo seguía completamente a oscuras. ¿Sería eso acaso lo que implicaba el estar muerta? Porque, si era así, desde luego era infinitamente más agónico y desesperante de lo que nunca hubiera esperado en realidad. ¿No se suponía que la muerte no era más que la pérdida de la consciencia y que, por consecuencia, uno no sabía que estaba muerto pero los demás sí? Entonces ¿Por qué ella era plenamente consciente de que estaba despierta, viva, pero era incapaz de moverse? De nuevo, aquella sensación de pánico llegó hasta ella provocando que necesitase gritar, salir de donde fuera que su mente estuviese atrapada, pero, por algún macabro azar del destino, su cuerpo seguía sin reaccionar.

“Natasha, creo que quiere despertar”

“Le costará un poco con el tranquilizante. Barnes se pasó con la dosis, podría haberla matado”

“No morirá, ¿verdad?”

“No, no lo hará. Voy a buscar a Bruce por si cree que es bueno que la ayudemos con algún medicamento”

Aquella conversación pasó ante su cerebro como si se tratase de luces más que de voces. Su mente interpretó las ondas de sonido a su manera y, pese a tener los ojos cerrados, comenzó a ver ráfagas de latigazos verdes y rojos. No sabía dónde estaba o de quiénes eran aquellas voces. Tampoco recordaba con exactitud lo que había pasado. Solo sabía que estaba en su casa, en la bañera y, que de repente, todo se quedó a oscuras y que poco después escuchó dos disparos. Inmediatamente después, se vio a sí misma corriendo hacia su habitación, desnuda y empapada antes de que un hombre que mantenía el rostro oculto disparase contra ella a quemarropa.

Aquel recuerdo, fue el impulsor de que su cuerpo por fin reaccionase haciendo que se incorporase de golpe al tiempo que cogía aire con fuerza, casi como si alguien acabase de practicarle un RCP porque se hubiese ahogado en una piscina o en el mar. Con el pulso por la nubes y los ojos abiertos de par en par, movió la cabeza, mirando sin ver en realidad, a las dos personas que había delante de ella y que se habían quedado paralizadas al ver aquella reacción.

“¡Joder! ¡Bruce, ven!”

“Tranquila, estás a salvo”

“¡Bruce!”

De nuevo aquellas voces llegaron hasta ella sin que fuera capaz de comprender el significado de las palabras que formaban. Solo era consciente de que su cuerpo se había vuelto a caer contra una superficie plana, dura, y que estaba rodeada de luces blancas que la cegaban pese a no saber si tenía los ojos abiertos o cerrados.

El que el Doctor Banner entrase por la puerta no tranquilizó a Wanda en absoluto. Aquella mujer parecía completamente drogada, por lo que llegó a la conclusión de que Natasha tenía razón y que aquel hombre del que no terminaba de fiarse se había excedido en la dosis de tranquilizante que le había disparado. ¿Cómo había sido tan estúpido como para pensar que alguien con un cuerpo tan pequeño iba asimilar bien una dosis doble? En aquel momento, aquella joven que pataleaba en la camilla como si estuviese completamente loca le recordó a sí misma cuando Hydra comenzó a experimentar con ella. El dolor que sintió mientras le hacían las pruebas necesarias para convertirla en quien era en la actualidad golpeó su mente y su cuerpo, e instintivamente, dio un par de pasos hacia atrás, dejándola sola con Bruce y Natasha, quienes parecían estar más acostumbrados que ella a aquel tipo de situaciones. Sintiéndose impotente al no ser capaz de ayudar, al no haber podido adentrarse en su mente para ser ella quien le ayudase a despertar, se quedó allí quieta, inmóvil, observando cómo tras lo que se le antojaba una eternidad, su cuerpo dejaba de moverse.

“¿Está muerta?”

Nunca supo si en realidad llegó a pronunciar aquella pregunta en voz alta o solo en su mente porque la única respuesta que obtuvo fue la mano de Natasha en su hombro, dándole un suave apretón, como si así tratara de que se tranquilizase pese a ser consciente de que eso le sería casi imposible.

“Wanda, quédate con ella” pidió Bruce cuando se separó del cuerpo de la joven que parecía estar de nuevo sumida en un profundo sueño “No creo que tarde en despertar, por lo que necesitamos que haya alguien. Quiero hablar con Barnes para saber qué le ha inyectado porque sea lo que sea podría haber acabado con ella y no creo que fuese precisamente eso lo que buscase. En cuanto notes que se mueve, ven a buscarme”
Incapaz de hablar, tan solo asintió, indicándole así que había entendido lo que acababa de decir. Sabiendo que aquella sería una noche muy larga, movió la camilla y el suero que le habían puesto con cuidado de que no se le saliese la vía y la colocó junto a una mesa vacía en la que se tumbó para así permanecer a su lado.

“Elizabeth…

¿Mamá?

Elizabeth, mi vida. Despierta. Tienes mucho que hacer, no puedes seguir durmiendo.

Pero no quiero ir hoy al colegio, los niños son malos.

Cariño, los niños no son malos. Son solo eso, niños. No pueden hacerte daño.

Se ríen de mí y me llaman fea.

Elizabeth, ¿No te ha dicho papá lo preciosa que eres?

Sí…

Entonces no importa lo que otros niños te digan. Tienen envidia de ti, de tus ojos, de que eres diferente y ellos no pueden ser como tú. De que no pueden ser tan listos como tú. No les tengas miedo, tenles lástima porque no son felices como lo eres tú.

Mamá….

Venga, pequeña, despierta, sé que puedes hacerlo. ”
Un jadeo ahogado se escapó de sus labios resecos al tiempo que finalmente abría los ojos. No sabía dónde estaba o qué había pasado. Tenía leves retazos de lo que creía un sueño en el que alguien se colaba en su casa y la disparaba. Últimamente, las pesadillas habían vuelto a molestarla, aunque supuso que sería por el estrés que le causaba saber que Hydra estaba secuestrando de nuevo a científicos. Creyéndose en su cama, Elizabeth, trató de girarse para dormir un rato más ya que no había escuchado la alarma del despertador. Pero, cuando trató de moverse, descubrió que tenía las manos y los pies atados a unas muñequeras de cuero negro que, a su vez, estaban atadas a las barras de lo que parecía una camilla de hospital.

“Tranquila… Estás a salvo”

Escuchar aquella voz hizo que girase la cabeza hacia su derecha, en donde encontró a una mujer que tendría más o menos su edad y que la miraba con los ojos llenos de cansancio. ¿Dónde diablos estaba? ¿Qué había pasado? Sintiendo cómo poco a poco comenzaba a ponerse más nerviosa, su cuerpo empezó a manifestar aquel síntoma, acelerando su respiración y el latido de su corazón, el cual se intensificó en cuando aquella mujer acarició su cabeza con lo que supuso la intención de tranquilizarla.

“No voy a hacerte nada, solo quiero que te calmes, puedes hacerte daño”

“¿Quién eres?” preguntó apartándose de ella en un gesto brusco, por culpa del cual todo comenzó a dar vueltas a su alrededor, lo que provocó que su cuerpo cayese de nuevo a la camilla “No te muevas, voy a buscar ayuda”

Al darse cuenta de su propio comentario, negó para sí. Estaba claro que no podría huir de allí aunque quisiera y, por eso mismo, fue todo lo rápido que pudo a buscar a Bruce, sin reparar que en un rincón, había alguien al acecho, observando a la mujer que respiraba de forma agitada, seguramente nerviosa por encontrarse allí, maniatada y sin la opción de poder escapar. Bueno, al menos, estaba viva, por lo que iría a buscar a Steve para decirle que podían darle mucho por el culo porque el único que la había cagado era él al hacer aquella afirmación en la que aseguró horas atrás que la mujer asiática no sobreviviría. Aprovechando el revuelo que creó Wanda en la sala contigua anunciando que su reclusa había despertado al fin, salió de la habitación no sin echarle un último vistazo, asegurándose de que seguía consciente.
El quedarse sola no fue lo mejor que le pudo pasar en aquel momento. Por su mente se sucedían en bucle las imágenes de lo que, en un primer momento, creía que tan solo era una pesadilla. Sin embargo, el encontrarse allí, maniatada y sin la posibilidad de moverse era tan real como ella misma. Tratando de averiguar sin éxito dónde estaba, se quedó rígida en cuanto escuchó voces que cruzaban la puerta de aquella sala en la que la tenían secuestrada. Durante un instante, creyó que si se hacía la dormida quizás se fueran de allí las personas dueñas de los pasos que escuchaba cada vez más cerca. Pero era plenamente consciente de que aquello no serviría de nada. No, si no despertaba ahora, lo habría más tarde o más temprano y quien quiera que fuese buscaría sus respuestas, porque estaba completamente convencida de que había sido Hydra quien la había sacado de su casa aquella noche. Perdida en aquel hilo de pensamientos, no pudo evitar sobresaltarse cuando volvió a ver a la joven que había a su lado cuando despertó tocando sus pies. ¿Qué diablos pensaban hacer con ella? Pero, para su sorpresa, lo que hizo fue liberarla con más cuidado del que un secuestrador de Hydra debería tener.

“Tranquila, Elizabeth. Ahora estás a salvo”

Escuchar aquello unido a su propio nombre no le tranquilizó lo más mínimo. Aquella mujer sabía quién era, por lo que seguramente también conocería su trabajo. Y, peor aún, lo que era capaz de hacer con él.

“Mi nombre es Wanda” Dijo esa vez, pudiendo un marcado acento de Europa del Este “No voy a hacerte daño, pero me mandan los demás para que sea yo quien hable contigo. Creen que al tener una edad parecida, te sentirás más cómoda que si hablas con ellos”

¿Ellos? ¿A quién diablos se refería? Sin poder controlar la angustia que recorría cada fibra nerviosa de su ser, la miró con los ojos llenos de desesperación cuando la tuvo a su lado, abriéndole las muñequeras de cuero hasta que finalmente estuvo libre de ellas.

“¿Ves? No quiero hacerte daño” insistió nuevamente mientras incorporaba su cuerpo con delicadeza. Pero, aún así, este se volcó solo hacia la derecha, haciendo que apoyase sobre el pecho de la joven “Aun te cuesta moverte, pero necesitas hacerlo. Al menos, un poco” “Quiero irme a casa” susurró con los ojos cerrados, creyendo que rompería a llorar de un momento a otro por pura desesperación “Ahora, esta es tu casa, Elizabeth. Estás en la Torre Stark, a salvo de Hydra. El Sargento Barnes te salvó” hizo una pausa con la dejó escapar un suave suspiro “Aunque sus métodos no siempre son los más efectivos” susurró como si tratase de disculparse con ella. Aunque, dentro de su mente, solo dos palabras tenían sentido. Según aquella mujer que decía llamarse Wanda, se encontraba en la Torre Stark, pese a que aquello fuese imposible. Hacía al menos un año que Hydra la destruyó. La Torre Stark ya no existía. Ella misma había visto sus restos convertidos en escombros que poco a poco se iban cayendo a pedazos. No, aquella mujer debía estar mintiendo.

¿Sorprendida? Yo también lo estaría en tu lugar, preciosa, no todos los días uno se encuentra en un lugar tan maravilloso como este ¿No es así? Wanda, siento interrumpir tu momento romántico con nuestra invitada, pero me estaba poniendo un poquito nervioso el ver sus expresiones de incredulidad y, creo que de esta forma todo será mucho más sencillo para todos. Haz el favor de sacarla fuera, nuestro amigo Bruce quiere hacerle una revisión rutinaria para asegurarse de que todo está en orden y nuestro Soldadido de Plomo no le ha dejado el sistema nervioso hecho un asco por culpa de su pequeño error de cálculo.

El silencio en el que se sumió la sala iluminada por fluorescentes una vez aquel hombre terminó de hablar, fue tan denso que Elizabeth creyó que podría cortarse con un cuchillo. Definitivamente, aquella era la voz de Tony Stark. La había escuchado en varias ocasiones, una de ellas cuando dio una conferencia acerca de Industrias Stark a la que acudió con su padre el primer año que llegaron a Nueva York. Pero, aún así, un tono de voz podía modificarse con facilidad si se tenían los programas adecuados. Perdida en aquel hilo de pensamientos, nunca llegó a ver a un chico que tendría más o menos su edad y que la cogió en brazos como si fuera una niña pequeña, sacándola de aquella habitación cerca de medio segundo después.

“Mi hermana es muy lenta” le escuchó decir con el mismo acento de Europa del Este que tenía la joven que había antes con ella “No se lo tengas en cuenta” Mientras aquel chico hablaba, movió los ojos en todas direcciones, encontrando a su paso rostros que le eran conocidos, tecnología de última generación y, apartado de ellos, como si la cosa no fuera con él, al hombre que había entrado en su casa. Aquel detalle, provocó que su cuerpo convulsionase de golpe sobre la nueva camilla en la que la había dejado aquel joven, por lo que si no la hubiesen agarrado, se había caído al suelo.

“Doctora Byron, tranquila. Soy Bruce Banner, aunque estoy seguro de que me conoce por otro motivo diferente. Escúcheme atenta, sé que puede” dijo mientras le medía la temperatura, introduciéndole con cuidado la punta de un termómetro en el oído derecho “Sé que tiene que estar asustada, en su lugar, también lo estaría, pero ahora está a salvo. Como le han dicho Wanda y Tony, está en la Torre Stark, aquí nadie puede hacerle daño. Ni siquiera él” aseguró señalando al hombre que se la llevó hasta allí “¿Por qué estoy aquí?” preguntó mirándole, esperando que él pudiera resolver todas y cada una de las dudas que surcaban su mente en aquel momento “Eso se lo va a tener que explicar otra persona. Yo solo quiero asegurarme de que está bien, así que voy a hacerle un examen rutinario. ¿De acuerdo?”

Pese a que no quisiera en aquel momento exámenes de ningún tipo, sabía que no le quedaba más remedio que colaborar si no quería que las cosas fueran a peor. Pero, por más que tratase de encontrar una explicación lógica a todo aquello, no podía. ¿Por qué aquel hombre no había entrado directamente en su casa y le había explicado que iba de parte de Los Vengadores porque Hydra la tenía en su punto de mira? Al fin y al cabo, todo el mundo conocía a Los Vengadores, no se iba a resistir si le daba argumentos mínimamente sólidos como para que llegase a fiarse de él lo suficiente como para salir de la casa por su propio pie. Sin embargo, ya no había marcha atrás. Ahora estaba siendo sometida a un examen en el que le pedían muy amablemente que siguiese una luz con la única intención de saber si su cerebro funcionaba bien o si, por el contrario, aquella sedación le había dejado secuelas como mínimo temporales. Tras aquella evaluación visual en la que el Doctor Banner se mostró tranquilizador a la par que terriblemente educado, suspiró largamente. Estaba cansada. Se sentía como si le hubiesen pegado una paliza y lo último que le apetecía era ser el espectáculo principal que todos se estaban dedicando a observar mientras aquel hombre le movía la cabeza hacia los lados para asegurarse de que todo seguía estando en su sitio.

“Elizabeth, necesito tomarle la tensión y hacerle un análisis de sangre para saber qué cantidad de sedante tiene aún en sangre ya que aún las pupilas están algo más dilatadas de lo normal. Prometo que seré lo más rápido que pueda, lo último que quiero es seguir incomodándola” “No se preocupe, sé que soy algo parecido a una rata de laboratorio. Aunque no entiendo por qué ella me mira con tanto miedo” Ante aquel comentario, observó cómo Wanda apartaba la mirada como si se sintiese avergonzada por lo que había estado haciendo, pese a que no fuese nada malo. “Wanda es una mejorada. Uno de sus poderes consiste en leer y manipular la mente, pero no ha podido leer nada dentro de la suya, doctora. Imagino que eso la tiene intrigada”

Asintió un par de veces y suspiró largamente. No le apetecía lo más mínimo tener que dar explicaciones de por qué aquella joven no podía leer nada de su cabeza. Pero suponía que, tarde o temprano, todos allí sabrían a qué se dedicaba en realidad, por lo que no merecía la pena ocultar algo que terminaría saliendo a la luz.

“Mi mente está protegida” explicó a suficiente volumen como para que la joven pudiese escucharla mientras aquel hombre le tomaba la tensión “Mi trabajo consiste en la manipulación mental a través de las ondas. Puedo cambiar un recuerdo por otro. Eliminarlo sin dejar rastro o crear una impronta en lo más profundo de la mente de una persona y que nadie pueda descubrirla. También sé buscar en mentes que han sido previamente manipuladas y borradas bien por amnesia o por tratamientos más abrasivos. Soy capaz de recuperar prácticamente cualquier tipo de recuerdo y mi último descubrimiento fue el poder proyectar los pensamientos directamente a través de un monitor. De esa forma, nadie podría mentir en un interrogatorio porque sería el subconsciente el que hablase directamente a través de las imágenes”

Al ver que aquel hombre le ponía la goma alrededor del bíceps, cerró la mano derecha en forma de puño y extendió el brazo para que le fuese más sencillo el introducir el aguja de la hipodérmica para que le extrajese sangre.

“Vaya, doctora, por lo que veo es toda una eminencia en su campo, ahora entiendo qué hace aquí” le escuchó comentar con un leve tono de diversión, que supuso que sería para que no se sintiese tan incómoda “Sigo creyendo que habría sido mucho más fácil que el hombre que me trajo aquí me hubiese avisado, y explicado qué era lo que necesitaba de mí, ya que de esa forma habría venido directamente con él hasta aquí” ” Estoy de acuerdo con usted, Doctora. Pero yo no tengo nada que ver con eso. Solo estoy aquí para asegurarme de que está bien. Creo que eso tendría que hablarlo directamente con el Sargento Barnes que fue quien la trajo hasta aquí”

Asintió con un largo suspiro y cerró los ojos cuando sintió cómo el metal era extraído de su vena. Si había algo que detestaba era aquel extraño dolor con el que era capaz de apreciar cómo aquel objeto se movía dentro de su cuerpo, pese a que la persona retirase la aguja con todo el cuidado del mundo. Aún algo lenta de reflejos, observó cómo el joven que la había llevado hasta allí agitaba el tubo con la muestra de sangre, lo que parecía ahorrarles a todos varias horas de espera.

“Yo también sé hacer cosas útiles, no solo mover tubitos” aseguró Pietro cuando observó la forma en que aquella mujer con aspecto de adolescente le miraba “No lo pongo en duda, pero ahora mismo mi mente funciona muy despacio, necesito un respiro. Siento si te he incomodado” se disculpó para con él, notando poco después una manos en sus hombros, que provocaron que se sobresaltase “¿Quieres un vaso de agua? Mi madre siempre decía que el agua era buena para todo” Al escuchar la voz de quien creyó que era Wanda, asintió despacio. Suponía que para ella sería una novedad el no poder adentrarse en la mente de alguien, por lo que creyó que aquella amabilidad se debería en parte a que la consideraba un bicho raro. “Pietro, trae un vaso de agua para la doctora, por favor” Sin molestarse en mirar al joven, le sonrió a quien había a su derecha al tiempo que inclinaba la cabeza “No es necesario que nadie me dé un trato especial, en cuanto todo quiera estar nuevamente en su sitio, hablaré con quien sea vuestro superior para que me deje volver a casa, hay demasiadas personas que necesitan mi ayuda, no puedo estar aquí como si nada, sabiendo que decenas de niños depende de mí y de que sea capaz de proteger sus mentes para que Hydra no las manipule”

Antes de que Wanda pudiese explicarle que no podría salir de la Torre Stark a partir de aquel momento, Pietro apareció con el vaso de agua y una cazadora que Natasha le había encargado que le llevase para que no se sintiese tan vulnerable en pijama “Tu agua y esto” dijo tendiéndole a su hermana la prenda que le fue poniendo al darse cuenta de que poco a poco volvía a quedarse dormida. Una vez le abrochó la cremallera, la sujetó y le ayudó a que bebiese el agua, mientras buscaba al Doctor Banner con la mirada, quien se acercó en cuanto sus ojos se cruzaron con los de la joven “Es normal que aún esté un poco aturdida, lleva demasiado sedante en sangre. Deja que duerma un par de horas más, no creo que tarde demasiado en eliminarlo del todo” Sin poder disimular su preocupación, asintió despacio y se quedó allí, al lado de aquella mujer, sosteniendo parte del peso de su cuerpo, así como el vaso vacío.