Capítulo ∞ – 12

9bsVtSUqHY0El sonido de las campanadas del Big Ben anunciando las ocho de la noche se sincronizaron con el sonido que hizo la botella
de Jack Daniels al ser desprecintada. Pese a estar rodeada esa noche de sus mejores amigos, Alex se sentía sola. Y, si lo pensaba fríamente, tendría que admitir que llevaba sintiéndose así mucho más tiempo del que le gustaría admitir. No sabía exactamente cuándo, pero algo dentro de ella había cambiado.

 

Ya no le parecía divertido emborracharse hasta vomitar un miércoles por la tarde porque la resaca del jueves sería infinitamente peor que la de un domingo. ¿Habría madurado quizás? No lo sabía. Pero, si algo tenía claro, era que echaba de menos una voz entre las que había en su pequeño apartamento de 35m2 . Y, por mucho que se dijese a sí misma que había pasado página, era plenamente consciente de que no lo había hecho.

Los tres años que pasó junto a Xavier fueron mágicos, peligrosos. No había nada que no pudiesen crear estando juntos. Él, con su aspecto de rockero inconformista, creaba la melodía basándose siempre en las letras que ella, algo más joven y teñida de rubio platino, iba anotando en su libreta de piel negra. Aquellos treinta y seis meses fueron sin duda inolvidables. Las horas pasaban a la velocidad de los minutos y los días se les hacían tan cortos estando el uno al lado del otro que no fueron conscientes del tiempo real que pasaba, haciendo estragos en ellos. Y, fue en uno de los escasos momentos de lucidez cuando se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo. Xavier, perdido en su música, en su mundo nocturno y en sus drogas, no era capaz de madurar. De encontrar un camino algo más sereno pese a estar a punto de acariciar la treintena con las puntas de los dedos. Por eso, Alex, manteniendo siempre un par de dedos de los pies en tierra firme, supo que aquello debía de terminar.

El día de la ruptura fue el más largo de su vida. Las horas se convirtieron en segundos que agonizaban porque nunca llegaban a concluirse. Ambos, borrachos en lágrimas, se besaron como no lo habían hecho nunca. Con la desesperación de saber que aquel sería en último encuentro que se sucedería entre ellos porque, pese a que se querían más de lo que nadie hubiera podido llegar a describir, su historia tenía que acabar. Los dos lo sabían. Los dos estaban de acuerdo. Y por eso se despidieron emborrachándose esa vez en vino tinto el cual terminaron bebiendo de sus propias pieles hasta que estas quedaron impregnadas de un extraño olor que no se sabía identificar si como alcohol o saliva.

Las noches siguientes a la ruptura fueron largas, pesadas, frías. Alexia echaba de menos el cuerpo de aquel hombre que era dos cabezas más alto que ella a su lado. Extraña el olor de su perfume barato entremezclado con el de sudor cuando se metía a la cama sin haber pasado por la ducha tras un concierto en cualquiera de los bares de la escena londinense. También añoraba cómo sus manos se aferraban con firmeza a sus pequeños senos cuando cabalgaba sobre él envuelta en un alo que la convertía ante sus ojos en una criaturilla del bosque gracias al reflejo anaranjado que creaba la luz sobre su pelo cobrizo.

Sin que ella quisiera, todos los recuerdos golpearon su mente provocando que le arrebatase de las manos a una de las personas que había en su casa la botella de Jack Daniels de las manos para así poder llenar el vaso que se sostenía en pie entre sus pálidos muslos. Ignorando en todo momento el decoro, se llevó el vaso rebosante de líquido ambarino a los labios y bebió de él como si se tratase del néctar más delicioso que nunca una mujer hubiese probado. Sin embargo, el efecto del alcohol llegó hasta ella poco después, provocando que el pequeño salón comenzase a girar y se convirtiese en un tiovivo. Encantada ante aquella imagen, Alex comenzó a reír, disfrutando de ello como si se tratase de una niña en su atracción favorita. Sin embargo, entre los caballitos de crines blancas que bailaban al viento se coló poco a poco una imagen que desentonaba entre ellos, provocando que todos aquellos animales salvajes se fuesen tiñendo de forma paulatina de un rojo oscuro, intenso, casi denso.

La primera asimilación hizo su cerebro al ser consciente de ello fue con la del rojo de la sangre del periodo femenino, por lo que Alexia, abrazada por el alcohol, sintió el sabor de aquella sangre en su propia boca, lo que provocó que su estómago se contrajese y se llevase una mano a los labios evitando una arcada. Sin embargo, aquella sangre comenzó a manchar sus dedos, descubriendo con ello que el sabor metálico sí procedía de su boca. Sin saber si aquello lo había producido el alcohol o si realmente estaba sangrando, se incorporó de golpe y chocó al hacerlo contra el cuerpo delgado de una de las personas que había aquella noche en su casa. Y, dando tumbos y tambaleándose de un lado a otro, recorrió los escasos metros que la separan del cuarto de baño en el cual entró sin molestarse siquiera en cerrar la puerta y se dejó caer contra el retrete que extrañamente estaba abierto.

Como si estómago fuese consciente de que finamente podía alejar de sí todo lo que sobraba, se deshizo del alcohol y de parte
de la cena, creando a su paso un ardor a través de la gargata que protestó dejando escapar un quejido ahogado y un par de lágrimas. La ilusa de Alex, creyendo que aquel sería el final de su sufrimiento, trató de incorporarse, apoyando las manos húmedas y pegajosas por el sudor frío que había en su piel. Pero lo único que consiguió fue resbalar nada más apoyar la suela del zapato en el suelo, por lo que cayó sobre el inodoro, quedando como si fuese una niña pequeña a la que su padre fuese a dar un par de azotes como castigo por haber roto el jarrón favorito de su madre.

Sintiéndose desorientada, confusa, borracha y, sobre todo, mareada, comenzó a lloriquear tratando de apartar de delante de su vista a la mujer que apareció en su baño, pistola en mano, dispuesta a terminar con su vida. El sonido del disparo provocó que gritase hasta dejarse la garganta al rojo vivo, provocando con ello que las personas que había en la pequeña casa fuesen a ver qué ocurría dentro del pequeño baño en el que Alexia continuaba llorando, tirada sobre el inodoro mientras la vida se escapaba de entre los dedos de la joven rubia que se acababa de volar la tapa de los sesos.