Capítulo ∞ – 14

tumblr_nuz47xl3nX1uuvkd9o1_500Se despertó por segunda vez aquella noche con el corazón latiendo tan fuerte que lo sentía en cada parte de su cuerpo y con las sábanas pegadas a la piel, empapadas en sudor. No sabía qué hora era, pero tampoco importaba. Nunca lo hacía cuando los recuerdos de los muertos volvían a molestarle en forma de sueños. En forma de sus caras descompuestas acusándole de haber acabado con sus vidas.

Odiaba recordar. Odiaba estar encerrado en aquella habitación de paredes blancas en la que había los muebles justos y necesarios para que se pudiese llamar dormitorio. Sin embargo, sentía que tenía mucho más de lo que merecía. Con una almohada y un catre se habría conformado. No necesitaba siquiera un cajón en el que guardar su ropa porque se había acostumbrado demasiado a llevar el uniforme de combate. Sin embargo, ahí estaba el armario con las puertas cerradas, mirándolo desafiante porque sabía que dentro de sí había la ropa que no sabía cuándo se acostumbraría a usar.

No entendía qué hacía allí. No importaba el tiempo que hacía desde que los restos de la antigua Shield le salvasen la vida a cambio de que se uniese a ellos para así enmendar todo el mal que le había hecho a la humanidad. O, como solía decir Romanoff, para que saldase la cuenta que tenía en rojo, aunque, aquello, era demasiado rojo que saldar. Con la única intención de apartar aquellos pensamientos de su mente, abrió el primer cajón de la austera mesilla que había a su izquierda y sacó del interior de esta un paquete de tabaco que guardaba allí para momentos de emergencia. Y, pese a que sabía que aquello le haría el mismo efecto que el alcohol: ninguno, sentía que de alguna forma extraña le relajaba el ver cómo el humo formaba figuras abstractas ante sus ojos.

Sin embargo, antes de que pudiese llegar a darle la primera calada, sintió que algo se colaba en su mente, como cada vez que despertaba de esa manera tan abrupta. Y, lo peor de todo, es que no podía apartarlo de sí por más que lo desease, por más que pensase y le repitiese una y mil veces que saliese de su rincón más privado, aquella niña se negaba a hacerlo. No entendía por qué lo hacía. Ella tampoco le daba una respuesta clara o concisa. Pero, lo único que tenía claro, era que Wanda lograba calmarlo de una forma extraña, carente de palabras. ¿Por qué lo hacía? No lo sabía. Al igual que tampoco conocía la razón por la que se colaba en su habitación, a hurtadillas, evitando así el que los demás supieran que había alguien capaz de adentrarse en la barrera que haría erigido ante él como si tratase de proteger a los demás de sí mismo.

 

Como cada vez que se despertaba, la joven sokoviana acudió a él. En silencio. Llevando tan solo un pijama y los pies descalzos, pareciendo de esa forma mucho más frágil de lo que era en realidad. Sabía que se sentía sola. Desde la que él llegó allí, no había querido separarse de él, por lo que suponía que para ella sería un sustituto ante el vacío que había dejado su hermano al dar la vida por Barton y aquel niño al que salvó en Sokovia. Y, por aquel motivo, se sentía incapaz de apartarla de su lado. De pedirle que se fuese de la habitación porque lo único que quería hacer era fumar a solas y disfrutar del silencio porque hasta en sus sueños, los muertos gritaban. Pero, al igual que otras muchas noches, Wanda ignoró sus pensamientos y se coló en la cama, sentándose sobre sus piernas en cuanto apartó la sábana mientras que él apoyaba la espalda desnuda contra el frío cabecero de la cama.

¿Por qué estás aquí? Nunca te lo he preguntado abiertamente, por lo que me gustaría obtener una respuesta.

La miró desde su posición, enviándole el pensamiento directamente a su mente, como hacía siempre que hablaba con ella. Sin saber si ella respondería o si se limitaría a seguir mirándolo  a los ojos, se llevó el cigarrillo a los labios y le dio una calada lenta, larga, que seguramente habría provocado que cualquier mortal tosiese por culpa del exceso del humo en sus pulmones, el cual retuvo hasta dejar el pitillo en el cenicero y, con la misma lentitud con el que lo absorbió, lo fue expulsando, teniendo cuidado de no echárselo directamente a ella en el rostro.

Porque me necesitas. Porque yo te necesito. Porque cuando estoy aquí me siento útil, siento que puedo ayudar a alguien. Ayudarte a ti. Sé que nunca me echas cuando vengo a buscarte, que dejas que te toque si lo necesito, al igual que tú lo haces cuando te lo pido y no pones la más mínima resistencia a ello.

“Siempre has sido útil, Wanda” aseguró esa vez de viva voz, cerrando en un acto reflejo los ojos cuando la joven llevó la mano hasta su rostro cubierto por una fina barba que se quería adueñar poco a poco de él.

No. No lo fui. Murió por mi culpa. Yo le dejé que se fuera. Le dije que podía estar sola, que podría hacerlo sola. Si se hubiera quedado conmigo no habría muerto.

Escuchar aquella confesión por primera vez provocó que se estremeciera. Sabía que le costaría mucho superar la muerte de su hermano, pero no pensó que se culparía por ello. No de esa forma tan dura. Sin saber qué hacer o qué decirle, se limitó a abrir los ojos y a ser él quien la abrazase contra su cuerpo, sintiendo una vez más al hacerlo lo pequeña que era entre sus brazos.

“No fue tu culpa” susurró notándola temblar, pese a que en aquel silencio que solía rodearles, habían compartido demasiadas noches juntos. Demasiadas pesadillas. “Él llevo a cabo un acto totalmente desinteresado. Ni siquiera soportaba a Barton. Pero prefirió ayudarle, ayudar a aquel niño que también habría muerto de no ser por ellos dos. Pietro no pensó en las consecuencias, solo se dejó guiar por un instinto de supervivencia”

Que negase contra su piel fue lo que le hizo saber que estaba llorando. Con más cuidado del que acostumbraría tener en cualquier otro tipo de situación, elevó su rostro hacia el suyo y limpió aquellas lágrimas llenas de dolor que poco a poco morían en su barbilla.

“No llores, princesa de Sokovia, él no querría que lo hicieras”

La suave sonrisa en sus labios fue más que suficiente como para saber que, aquellas palabras, habían sido las correctas. No se le daba demasiado bien consolarla. No cuando era la propia Wanda la que acudía a él porque sus pesadillas eran tan intensas que llegaban hasta ella, despertándola. Llamándola sin que él lo supiera para que acudiese hasta él y las mantuviese a raya durmiendo a su lado, enlazando su mente a la suya para asesinar de esa manera a los muertos que buscaban levantarse de sus tumbas.